Camino de regreso desde la Reniec en San Borja (Lima, Perú) comprendí, creo, un poco lo que conversé con el osito el pasado sábado. El valor de 50 centavos.
El dinero es importante y lamentablemente, hoy por hoy, el dinero mueve al mundo en el que estamos. Salud, educación, seguridad… cosas básicas que, uno piensa deberían ser algo seguro para todos, no lo son si no tienes las posibilidades económicas para ello. Si, ahorrar es importante; importante para tener todo aquello que debería ser un derecho y otras cosas (gustos y lujos que salen de cuando en cuando); pero a veces pasan cosas que te hace desear que las cosas fueran distintas.
Como les contaba, hoy de regreso al trabajo comprendí el valor que puede tener 50 centavos. Eso fue lo que le pagué al cobrador de la “combi” para que me lleve hasta Begonias y regresar al banco. No pasaron ni dos cuadras cuando subió una joven la cual tendría mi edad o tal vez unos dos años más, a vender “frunas”. El carro entero optó por la actitud "te escucho, te veo pero te ignoro"; actitud que, lamentablemente tengo que admitir, he tenido en alguna oportunidad.
Pero esta joven tenía una particularidad; tuvo un tumor en el ojo izquierdo. ¿Alguna vez vieron “El Jorobado de Notre Dame” de Disney? Bueno, ella era igual, pero sin la joroba. Daba pena escuchar su historia; como vino de provincia para poder operarse y está trabajando de esa manera para conseguir la plata. Muchos la mirábamos, pero nadie se movía para colaborar con ella (si, me incluyo entre ellos).
Avanzaban las cuadras, ella ofrecía sus productos y todos, con un leve movimiento de cabeza, frenábamos de alguna manera su avanzar. No fue sino hasta que un hombre sentado en la penúltima fila le compró uno de sus productos. No sé si fue el momento o que, pero puedo jurarles que el sol brilló un poco más en ese segundo y uno de los rayos hizo que brillara la lágrima que la joven botaba en silencio.
Si, estaba llorando. No sé si lloraba por que sólo había vendido uno; si lloraba por que otra vez vendía sólo uno o por qué se sentía un fenómeno que todo el mundo veía pero no querían acercarse. El corazón se me hizo un nudo, las lágrimas quisieron salir y el mundo me pareció tan injusto y yo me sentí de lo peor. No por el hecho de no haberla ayudado, si no por todas aquellas veces en que pensé que el dinero me abriría algunas puertas o traería consigo tranquilidad, paz y alegrías. Por ver como hacíamos, sin querer, que otro ser humano llore por no encontrar respuestas, no encontrar apoyo.
50 centavos para nosotros es una bolsa de “rosquitas”, un paquete de galletas, un par de panes; para ella eran mucho más que eso… eran una esperanza, era un paso menos; era, tal vez, el ángel que la iluminaría el resto del día.
Si, al final compré la “fruna”; pero no sólo por ella si no también por mi. Para enseñarme que la felicidad a veces, puede estar reflejada en algo más que 50 centavos.